La logística y Cataluña: una visión histórica


Plano de Cataluña con indicación
de las infraestructuras de transporte, tanto de ferrocarril como viarias,
y de las oficinas de correos existentes en 1860 (Biblioteca Nacional, Madrid).

Cataluña será logística o no será.» Con esta contundencia se expresaba en 2007 el economista y eurodiputado Ramon Tremosa en un libro sobre la realidad y el potencial de la logística en Cataluña. A pesar de que el referente que se esconde detrás de esta revisión del lema clásico atribuido al obispo viguetano Josep Torras i Bages –«Cataluña será cristiana o no será»– ha sido superado por una pluralidad religiosa que cada día va a más, la afirmación sobre la función logística de esta comunidad en el futuro se sustenta sobre una realidad muy precisa. Y es así, entre otras razones, porque a lo largo de los últimos dos milenios, como mínimo, el territorio catalán ha ejercido una función logística muy relevante de manera continuada en el tiempo.

La eficiencia de la organización de los movimientos de mercancías y personas a lo largo de la historia ha impulsado el desarrollo, en algunos casos de manera aislada pero en otros muchos con una gran planificación, de proyectos dirigidos a la mejora de la red de transportes y de almacenamiento. Entre la creación de los primeros puertos del litoral catalán, la construcción de silos en época romana y la entrada en funcionamiento de la terminal T1 del aeropuerto de Barcelona-El Prat han pasado muchos siglos, pero siempre ha existido una misma voluntad modernizadora de dar respuesta a los retos que plantea la globalización. Una internacionalización que, en tiempo de los romanos, tenía principalmente una escala mediterránea y que desde la llegada de los europeos al continente americano, si no antes, ya se puede considerar plenamente planetaria.

Cataluña ha sido desde hace siglos un punto de encuentro privilegiado del Mediterráneo occidental gracias a su posición geográfica como puerta natural del sur de Europa. Fenicios, griegos y romanos hicieron de sus puertos y sus asentamientos en la península Ibérica el inicio de una articulación efectiva del territorio totalmente consolidada dos mil años después.

Recorrido de la Vía Augusta a su paso por Cataluña.

En cada periodo histórico, los sistemas de transporte de personas y mercancías han sido un factor clave del proceso de urbanización y cohesión territorial. La construcción de la gigantesca red viaria de la Vía Augusta, comunicando Cádiz con Roma a través de más de dos mil setecientos kilómetros, formaba parte de un sistema que comprendía toda Europa, Próximo Oriente y el norte de África, donde los diversos medios de transporte terrestre y marítimo se complementaban entre sí.

La reordenación del territorio y la aparición de nuevos centros de actividad después de la caída del Imperio romano comportó la construcción de numerosas fortificaciones, estratégicamente situadas en las rutas comerciales terrestres, tanto de comercio con el exterior como de abastecimientos de productos agrícolas hacia los núcleos urbanos, principalmente Barcelona. Algunas de estas rutas se dirigían al sur de la Península, hacia el Al-Andalus, puerta de entrada de las rutas del oro y de los esclavos que no eran ajenas a los mercaderes catalanes.

La prosperidad de la Barcelona medieval estuvo ligada de forma indefectible a la buena fortuna de sus comerciantes, que fueron fundamentales para fomentar la prosperidad y la riqueza de la ciudad. El comercio terrestre se llevaba a cabo sobre todo a través de una ruta que cruzaba el territorio catalán, de norte a sur y con ramales hacia Aragón (a través de Cervera y Lleida), en los Pirineos por los valles del Llobregat (Manresa y Berga) y del Segre (Balaguer y la Seu d’Urgell). Además del Ebro, vía fluvial por la cual llegaban los cereales de Aragón.

El acueducto romano de Tarragona, llamado popularmente Pont del Diable,
en una fotografía de principios del siglo xx. El monumento es todavía hoy uno de los testimonios visibles de
la complejidad y sofisticación de la planificación de los servicios públicos, como el abastecimiento de agua potable, en tiempo del Imperio romano.

La capital catalana, que disponía de un gobierno municipal representativo desde mediados del siglo xiii, fomentó el comercio exterior mediante la promulgación de normativas favorables para las transacciones a gran escala. La pujanza económica del comercio en la Barcelona medieval se plasmó sobre todo en iniciativas de modernización de sus infraestructuras marítimas, como la construcción de los astilleros reales, la modernización del puerto o la consolidación de instituciones, entre ellas el Consolat de Mar, que recopiló la legislación marítima de las ciudades mediterráneas con las que se comerciaba. En estrecha relación con su actividad, los cònsols d’ultramar desempeñaban su labor en los puertos más importantes del Mediterráneo, desde donde velaban por los intereses de los mercaderes catalanes: los había tanto en las lejanas Alejandría o Rodas, como en las más cercanas islas de Cerdeña y Sicilia, el norte de África y hasta en Flandes. A mediados del siglo xv la situación cambió radicalmente, en parte debido a la guerra civil catalana y, en parte, a la llegada de los europeos al continente americano a partir de 1492, hecho que supuso el declive del comercio mediterráneo.

Dibujo realizado en 1563 por el artista flamenco Antonius van den Wyngaerde, quien empleó la perspectiva caballera, inventada
aquel mismo siglo en los círculos artísticos flamencos para representar cómo se vería un paisaje desde un descomunal caballo
(de aquí «caballera»); el resultado es una vista casi fotográfica. En el grabado, destaca la actividad marítima que tenía lugar en
el siglo xvi en la playa de Barcelona, ante el Portal de Mar.

Durante los siglos xvi y xvii, aun así, se fue configurando en Cataluña una nueva red territorial fundamentada en pueblos y ciudades, que tenían como centro político y comercial Barcelona. Tal y como ha explicado Albert García Espuche, fue también en este periodo cuando Cataluña inició su recuperación demográfica, la agricultura se expandió y las actividades productivas se trasladaron de la capital catalana a otras localidades del territorio. La eclosión de la actividad económica catalana, iniciada ya a finales del siglo xvii, se vio truncada políticamente por la derrota de 1714, que supuso la abolición de las constituciones y de las instituciones propias de autogobierno del Principado. En un nuevo contexto político y social, durante el siglo xviii Cataluña experimentó una profunda transformación, que se tradujo en la aparición de nuevas instituciones, por ejemplo la Junta de Comercio, que anunciaban un nuevo impulso económico con la revolución de la industrialización del siglo xix.